CENTENARIO - Curros Enríquez

Curros Enríquez siempre fue un hombre de grandes pasiones y en el que confluyeron sentimientos duales en el transcurso de su vida, pero en los últimos tiempos, su ánimo se tornó en sosegada quietud. Sus pasiones y odios se habian ido apaciguando. Seguía firme en sus ideas, pero los golpes de la vida le habian dejado mella en forma de desconfianza en los hombres y aquella noble inquietud suya en forma de deseo de libertad, se había vuelto suspicacía.
Cuando piensa en la muerte se sorprende al comprobar que no la teme. Tal vez ésta tan solo pone remedio a la vida.
No se cuestiona el tema desde la prespectiva religiosa. Cree en el más allá y en la salvación del alma, según se desprende de muchos de sus poemas, más no se lo plantea por esta via. Comenta respecto a la muerte del poeta portugués Anthero de Quental “Murió reconciliado con las ingenuas creencias de la infancia”… y como aconteció la misma – suicidio- “Na mao de Deus, na súa mao dereita/descansou a final meu curaçao…”.
El clima del trópico en La Habana y el paso imparable del tiempo había mermado su salud. Ya no sufría de tormentosos dolores de cabeza pero comenzaba a fallarle el corazón. Estaba herido de muerte, la sentía cada vez más próxima, a medida que perdía fuerza el debilitado órgano. Muchas tardes iba a pasear a la orilla del mar, con algún amigo (casi siempre Chané), al que relataba sus pensamientos más intimos, sus proyectos.
Una tarde en el Diario, le dio un síncope y cayó sobre su mesa de trabajo. Un médico –amigo- le aconseja que ingrese en el sanatorio del Centro gallego. No –dice- tendría que pedírselo a los directivos del centro y aún conserva resquemores, motivo por el que pide una plaza en el centro asturiano a donde acude con aspecto demacrado.
Pasaron dos semanas y la enfermedad seguía su curso. Curros Enríquez pidió libros y papel para escribir, pero le fallaba el ánimo para hacerlo. El Dr. Soto, que lo atendía, lo animaba con una pronta mejoría, pero él intuía que no viviría para contarlo y escuchaba con un amago de sonrisa las palabras del médico.
La tercera semana fue definitiva. Hubo días en los que sufrió cinco colapsos, padecía a causa de la disnea (falta de aire) y su rostro reflejaba una palidez mortal.
La noticia de su enfermedad corrió por toda La Habana. Entre las visitas que recibió fue la de la hija del director del Diario –Nicolás Rivero- la cual pretendía averiguar la fe del poeta. Le entregó un escapulario que obtuvo de Curros Enríquez un “es muy bonito y delicado”, mientras sin fuerzas probaba a alzarlo para mirarlo y depositándolo sobre la mesa de noche (alguien después lo colocó sobre la cabecera de su cama).
El capellán del Centro procura hacerlo asistir de un jesuita, quien probablemente conocedor de la forma de pensar del susodicho, desistió en la visita.
Pocos momentos sufrió un nuevo síncope y deliró con apenas un hilo de voz. Al recobrar el conocimiento el médico le puso una inyección en un brazo y Curros comentó: “Mañana, este brazo estará encajonado y extendido con el cuerpo”. El médico respondió con evasivas y diciendo: “No piense en ello, amigo mío, ¿por qué habrá de ocurrir eso?. Y el enfermo replicó: “Porque Dios lo quiere”.
Momentos después entraba en agonía y a las diez de la noche murió. Estaban presentes Adelardo Novo, Nan de Allariz y Constantino Añel. Día 7 de marzo de 1908.

O ENTERRO DE CURROS ENRIQUEZ (explicado por Celso Emilio Ferreiro.- Ediciones Júcar –Madrid-. Año 1973):
“El cadáver estuvo expuesto doce horas en el Diario de la Marina, por donde desfiló toda la colonia gallega y los intelectuales de la capital cubana. La primera plana del periódico estaba dedicada en su totalidad a la infausta noticia. En una crónica necrológica, sin firma, alguien decía: “Grande es la pérdida para España y Galicia, pero mucho más pierde el que estas líneas escribe”.
Adelardo Novo y Constantino Añel, después de laboriosas gestiones, consiguieron que el cadáver fuese trasladado al Centro Gallego. Estaban aún latentes las rencillas de las viejas polémicas. Para evitar situaciones engorrosas, el presidente y el secretario del Centro, con quienes los enfrentamientos del poeta habían sido más personales, se avinieron a pedir una licencia temporal y fueron sustituidos por los “vices”, Casimiro Lamas y el señor Añel, respectivamente.
El entierro fue católico. Sobre el féretro campeaba la cruz. Una muchedumbre silenciosa atravesó las calles de La Habana, siguiendo los restos del príncipe de los poetas gallegos. La banda de música interpretaba aires fúnebres, y sobre el paisaje urbano vibraba el sentimiento de los concurrentes:
¡O terrón, se a sorte cruel/ me fai o mundo deixar/ fora dél o do meu lar,/ galegos, levaime a él!.
El Centro Gallego recibió varias peticiones reclamando desde Galicia los restos del poeta. Se exhumó el cadáver, y el primitivo féretro, envuelto en la bandera cubana, fue depositado en una caja de caoba y trasladado al vapor Alfonso XIII (20 de marzo), que por aquellos días zarpaba rumbo al puerto de La Coruña (lleva allá el 31 de marzo), hacia donde salió también, acompañando los despojos del poeta, una comisión del Centro presidida por el titular del mismo, José López Pérez, que así demostraba sus nobles sentimientos y el olvido de las diferencias que hasta entonces habían dividido a los compatriotas, y de cuyos bandos, él y Curros, habían sido los personeros más significados.
Pero todavía la paz no iba a ser con el poeta. La discordia, el signo de la discrepancia, que le había seguido toda la vida, se presentaba ahora ante su tumba. Reunido el Ayuntamiento de La Coruña en sesión permanente para programar los actos que habían de celebrarse en honor del poeta muerto, un maestro de escuela, concejal republicano, suscitó la cuestión de si el entierro había de ser católico o laico. Se entabló una ruidosa discusión que duró varias horas. No hubo acuerdo. Por fin, alguien propuso una fórmula arbitral: el entierro debería celebrarse con el mismo carácter que hubiera tenido en La Habana. Se aceptó en principio la proposición, y se nombró un comité que, después de destapar la caja exterior, comprobó que el féretro interior ostentaba una cruz. Pero los partidarios del entierro civil no accedieron y siguieron los discursos. Era la una de la madrugada y no había acuerdo. Entonces hubo otra propuesta: que Adelardo, el hijo del poeta, decidiera. Adelardo había llegado unos días antes a la ciudad, pero nadie sabía dónde se hospedaba, salvo Nan de Allariz –partidario del entierro laico y uno de los que acompañaron el cadáver desde La Habana- quien, rápidamente, fue a una fonda de la plaza de Pontevedra –la misma que Curros había ocupado en su último viaje-, despertó al hijo del poeta y le invitó a comparecer ante la sesión del Ayuntamiento para que zanjase definitivamente la cuestión, imponiendo el entierro no religioso, puesto que su padre había muerto impenitente, después de arrojar –según él- a un jesuita de la cabecera de su lecho de moribundo. Adelardo se presentó en el Ayuntamiento, los ojos llenos de sueño y un tanto confuso por el problema planteado y por la responsabilidad de resolverlo. La sesión estaba presidida por el gobernador civil, Felipe Crespo de Lara, quien, no más llegar Adelardo, le cedió el asiento y la campana presidencial. Adelardo tenía ya tomada su decisión, influido por Alfredo Vicenti, el cual invocaba su antigua y entrañable amistad con Curros y le había aconsejado el entierro canónico, “pues de enterrarlo en civil habría un día de luto en La Coruña” y así lo expuso a la Corporación, añadiendo que hablaba también en nombre de su madre y de su hermano. Los laicos empezaron a denostrale y abuchearle, destacando Nan de Allariz y Lugrís Freire. Como los gritos e insultos no cesaban, el alcalde, José Sánchez Anido, y el concejal Manuel Casás –paladín del entierro católico- salieron en defensa del cuitado, logrando apaciguar los ánimos y dar fin a aquella tumultuosa reunión.
A la velada fúnebre, celebrada en el Teatro Principal, no asistió la representación obrera, que, disconforme con los actos, convocó a un mitin “monstruo” de protesta, en el que intervino Manuel Casás, para polemizar con sus organizadores. La opinión se hallaba tan dividida y la gente tan soliviantada, que hasta se temió una huelga general. La prensa tomó parte en la polémica y aparecieron artículos de Nan de Allariz y de otros, acusando al hijo de Curros de estar vendido al arzobispo de Santiago y a los jesuitas.
La comitiva fúnebre se formó frente al Ayuntamiento, donde había estado expuesto el cadáver y por donde desfiló todo el pueblo para contemplar, a través del cristal que tapaba la caja, la cabeza pálida y arrogante del bardo celanovés.
El entierro constituyó –como dicen los cronistas- una imponente manifestación de duelo, jamás presenciada en La Coruña. Se cerraron los establecimientos, se enlutaron con crespones las ventanas de las casas particulares y en los edificios públicos las banderas ondeaban a media asta. En la presidencia del duelo figuraban, con el hijo de Curros, el músico Chané, el presidente del Centro Gallego de La Habana, Murguía, el alcalde de Celanova, Manuel Lezón, representaciones de todas las sociedades coruñesas y de las ciudades gallegas; Vicenti, Llinares Rivas, Filomena Dato, Cabeza de León; el alcalde y el gobernador de La Coruña.
El féretro iba cubierto de flores y de coronas con dedicatorias. En diversos lugares del trayecto, la orquesta del maestro Castillo y el Orfeón “La Aurora” interpretaron composiciones fúnebres en medio de un silencio impresionante.
Era el 2 de abril de 1908. Las ceremonias del entierro duraron dos horas (comenzando a las 3 de la tarde). A las seis y media de la tarde, los restos del poeta fueron depositados en el nicho número 92 del cementerio de San Amaro, en un nicho concedido polo Concello. Los sacerdotes cantaron sus últimos responsos, y el Orfeón entonó la plegaria Pietá Signore de Stradella, cuyos ecos se perdieron en el mar cercano.
Y AL FIN, LA PAZ”

(Hubo actos reivindicativos a posteriori, en protesta por el entierro católico del poeta, pero esto, ya es, otra história…)

Comentario: Los gallegos estamos de luto. Y lo estamos el 2008 y el 2009 porque en ambas fechas tenemos DOS GRANDES CELANOVESES, que cumplen años de su defunción. Del trágico final del primero –Curros- les acabo de hablar. Del segundo, Celso Emilio Ferreiro, lo haré en su momento -2009- cuando cumpla 30 años de su desaparición, que nos sumió, como su más célebre libro de poesía en unha “Longa noite de pedra”.
A os dous, O Centro galego da Roca quere renderlles homenaxe e chorar por iles i e que… Celanova ten un vento, que ben perigoso é, meceche na poesía e sabe a mel e a hiel.
Balbina